lunes, 5 de noviembre de 2012

'El dulce sabor de la pólvora'

Comenzaba a amanecer de forma tímida entre la poca luz que aquellas paredes de grueso cemento y esas rejas que reflejaban sombras sobre el frío y húmedo suelo donde estaba sentado. Triste. Apagado. Casi sin aliento. Cada vez entraba más luz. Luz cegadora, luz penetrante, luz que impedía pensar con claridad. Aunque la claridad en sus ideas rebosaba.
Sangre fría. Sudor. Manos temblorosas. El tacto de la áspera almohada que reposaba sobre ese lecho al que llamaban cama y en el que no se podía descansar. El descanso sin libertad. Sólo había una salida y no era por su propio pie.
Ahí estaba ella. Fría. Dura. La que marcaba el final.
Las manos temblorosas, la mirada perdida, la mente en blanco, ideas vacías, un único objetivo.
El sabor de aquel objeto no estaba mal, metal con sabor a adiós, a nunca más, a para siempre, para toda la eternidad. El tacto de ese gatillo era tan apetecible que no dudó ni un momento en presionarlo. Silencio.
El sabor de la pólvora no esta nada mal, para ser el sabor del final.

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